lunes, 22 de marzo de 2010

VA PARA LARGO
Cuando estalló la crisis del año 29 yo tenía once años y como a mi casa llegaba La Vanguardia supe que en Nueva York hombres de negocios se precipitaban por las ventanas de los rascacielos y en los años siguientes tuve a menudo ocasión de oír hablar de ella. Es cierto que en los Estados Unidos donde había empezado la crisis el ascenso en 1932 de Rooswelt a la presidencia y la implantación del New Deal permitió sustentar la economía sobre bases más sólidas pero los efectos de la crisis habían llegado a todo el mundo y en primer lugar a Europa agravando la conflictividad social. No es exagerado relacionar la crisis iniciada en la bolsa de Nueva York con la caída de la monarquía en España en 1930 y con las dificultades que encontró el régimen republicano, y que llevaron a la revolución de Asturias y finalmente a la guerra civil pero las consecuencias de la crisis del 29 se acusaron en toda Europa. En la Alemania empobrecida por el tratado de Versalles la crisis económica propició la subida de Hitler al poder mientras en Rusia facilitó el ascenso de Stalin y a continuación la consigna de establecer en todos los países “frentes populares” en los que el partido comunista llevaba la dirección. De manera que parece claro, y no soy el primero en decirlo, que la guerra española y la guerra mundial fueron las últimas consecuencias de la crisis que había empezado 16 años antes en la bolsa de Nueva York.
Volvamos al presente. Hace un tiempo, al final del imperio soviético, se nos dijo que se acercaba una época de progreso indefinido porque la economía sería plenamente libre y cuando la economía es libre se autorregula. Hoy sabemos que no es cierto y que los especuladores no solo no se autorregulan sino que son capaces de saltarse todas las regulaciones tal como la crisis actual ha dejado claro. Y el hecho es que la crisis todavía no ha terminado y que hay cantidades ingentes de dinero dispuestas para jugar a la baja contra cualquier moneda o cualquier situación que parezca vulnerable de manera que todo hace suponer que tenemos crisis para rato. Y esto ocurre en un mundo donde la mitad de la población vive en la miseria y donde hay conflictos latentes entre grandes potencias o sea en un mundo altamente inflamable de manera que la sospecha de que la crisis actual pueda enquistarse y derivar trágicamente como lo hizo la que conocí en mi infancia parece inevitable. Y conste que, en este caso, nada me gustaría más que equivocarme.
MIQUEL SIGUAN La Vanguardia 20.III 2010